LITERATURA DEL ROMANTICISMO Y COSTUMBRISMO (fines del siglo XIX)
El Romanticismo es un
movimiento artístico en el que la imaginación es más importante que la
realidad. Los temas más usuales en este movimiento son: el amor, la libertad,
la naturaleza, la muerte.
Con el Romanticismo cobra importancia lo emocional y
subjetivo en contraste con la objetividad y la racionalidad.
El autor más destacado del Romanticismo en Colombia es Jorge
Isaacs y su novela “María”. Las acciones
de la novela María transcurren en la
hacienda “El Paraíso” en el Valle del Cauca.
El Costumbrismo es
el movimiento que muestra las costumbres de la gente, su manera de hablar, de
vestir, sus hábitos, sus dichos, sus creencias.
La obra literaria costumbrista
retrata (describe) de manera fiel, a la gente corriente en su
cotidianidad, acompañando siempre ese retrato con un poco de humor.
Son autores costumbristas:
Son autores costumbristas:
Eugenio Díaz Castro, con su novela “Manuela”
Tomás Carrasquilla
autor de varios cuentos como: “En la diestra de Dios Padre”, “Simón el
mago” y la novela “La marquesa de
Yolombó”.
LITERATURA DEL REALISMO Y LA VIOLENCIA (Inicios del siglo XX)
El realismo es un movimiento artístico que intenta
describir con objetividad el
comportamiento humano y cuanto lo rodea.
En Colombia los escritores realistas demuestran mucho
compromiso político. En sus obras le dan primacía a describir los problemas
sociales de la época.
La literatura de La
Violencia está directamente ligada
con la época histórica del mismo
nombre, en la que los hechos políticos marcaron la vida del país. Los autores
deciden tomar como fuente de creación artística una realidad hasta ahora
desconocida. Por primera vez las novelas hablaban de cuerpos degollados y
mutilados en los campos incendiados a causa de la guerra civil declarada entre
liberales y conservadores.
Algunos autores son:
José Eustacio Rivera
su novela: “La Vorágine"
Gustavo Alvarez Gardeazabal, su novela: “Cóndores no
entierran todos los días”
Alvaro Cepeda Samudio: “La casa Grande”
LITERATURA CONTEMPORÁNEA EN COLOMBIA (SIGLO XX) 1950
La obra central que da inicio a la literatura contemporánea
en Colombia es “Cien años de soledad” del premio nobel Gabriel García Márquez. El texto se integra a la narrativa del Boom Latinoamericano porque la trama de la historia de proyecta en el realismo mágico.
La narrativa de García Márquez instaura en Colombia una nueva
forma de novelar que mezcla lo realista con lo legendario, superpone la oralidad en la escritura y construye un universo épico en relación con los personajes populares.
El éxito del estilo narrativo de García Márquez marcó a los
escritores posteriores. Apenas en los años 80 los autores colombianos empiezan
a explorar nuevos temas que van desde el sicariato, el narcotráfico, a la música,
entre otros, y a experimentar con los manejos arbitrarios del tiempo y las voces
narrativas.
La literatura contemporánea se caracteriza por centrarse en
asuntos urbanos, por experimentar con el lenguaje y por la conciencia
histórica, pero en general se destaca por tener una actitud crítica hacia
la sociedad actual.
Autores contemporáneos :
Gabriel García Márquez: Escritor nacido en Aracataca, Magdalena. Premio
nobel de literatura en 1982. Entre su amplia producción literaria están: “Cien
años de Soledad”, “El otoño del Patriarca”,
“La Hojarasca”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “Crónica de una
muerte anunciada”, “El amor en los tiempos del cólera”.
Jorge Franco: Este escritor antioqueño ha sido premiado a
nivel Nacional con novelas como “Rosario Tijeras”, “Paraíso Travel”.
FRAGMENTOS DE OBRAS REPRESENTATIVAS DE LA NARRATIVA DEL SIGLO XIX Y XX EN COLOMBIA:
Del Románticismo:
MARIA
CAPITULO IV
CAPITULO IV
Dormí tranquilo, como cuando me
adormecía en la niñez uno de los maravillosos cuentos del esclavo Pedro.
Soñé que María entraba a renovar las
flores de mi mesa, y que al salir había rozado las cortinas de mi lecho con su
falda de muselina vaporosa salpicada de florecillas azules.
Cuando desperté, las aves cantaban
revoloteando en los follajes de los naranjos y pomarrosos, y los azahares
llenaron mi estancia con su aroma tan luego como entreabrí la puerta.
La voz de María llegó entonces a mis
oídos dulce y pura: era su voz de niña, pero más grave y lista ya para
prestarse a todas las modulaciones de la ternura y de la pasión. ¡Ay! ¡Cuántas
veces, en mis sueños, un eco de ese mismo acento ha llegado después a mi alma,
y mis ojos han buscado en vano aquel huerto donde tan bella la vi en aquella
mañana de agosto!
La niña cuyas inocentes caricias
habían sido todas para mí, no sería ya la compañera de mis juegos; pero en las
tardes doradas del verano estaría en los paseos a mi lado, en medio del grupo
de mis hermanas; le ayudaría yo a cultivar sus flores predilectas; en las
veladas oiría su voz, me mirarían sus ojos, nos separaría un solo paso.
Luego que me hube arreglado
ligeramente los vestidos, abrí la ventana y divisé a María en una de las calles
del jardín, acompañada de Emma: llevaba un traje más oscuro que el de la
víspera, y el pañolón color de púrpura, enlazado a la cintura, le caía en forma
de banda sobre la falda; su larga cabellera, dividida en dos crenchas,
ocultábale a medias parte de la espalda y pecho: ella y mi hermana tenían
descalzos los pies. Llevaba una vasija de porcelana poco más blanca que los
brazos que la sostenían, la que iba llenando de rosas abiertas durante la
noche, desechando por marchitas las menos húmedas y lozanas. Ella, riendo con
su compañera, hundía las mejillas, más frescas que las rosas, en el tazón
rebosante. Descubrióme Emma: María lo notó, y sin volverse hacia mí, cayó de
rodillas para ocultarme sus pies, desatóse del talle el pañolón, y cubriéndose
con él los hombros, fingía jugar con las flores. Las hijas núbiles de los
patriarcas no fueron más hermosas en las alboradas en que recogían flores para
sus altares.
Pasado el almuerzo, me llamó mi madre
a su costurero.
Emma y María estaban bordando cerca
de ella.
Volvió ésta a sonrojarse cuando me presenté;
recordaba tal vez la sorpresa que involuntariamente le había yo dado en la
mañana.
Mi madre quería verme y oírme sin
cesar.
Emma, más insinuante ya, me
preguntaba mil cosas de Bogotá; me exigía que le describiera bailes
espléndidos, hermosos vestidos de señora que estuvieran en uso, las más bellas
mujeres que figuraran entonces en la alta sociedad. Oían sin dejar sus labores.
María me miraba algunas veces al descuido, o hacía por lo bajo observaciones a
su compañera de asiento; y al ponerse en pie para acercarse a mi madre a
consultar algo sobre el bordado, pude ver sus pies primorosamente calzados: su
paso ligero y digno revelaba todo el orgullo, no abatido, de nuestra raza, y el
seductivo recato de la virgen cristiana. Ilumináronsele los ojos cuando mi
madre manifestó deseos de que yo diese a las muchachas algunas lecciones de
gramática y geografía, materias en que no tenían sino muy escasas nociones.
Convínose en que daríamos principio a las lecciones pasados seis u ocho días,
durante los cuales podría yo graduar el estado de los conocimientos de cada
una.
Horas después me avisaron que el baño
estaba preparado, y fui a él. Un frondoso y corpulento naranjo, agobiado de
frutos maduros, formaba pabellón sobre el ancho estanque de canteras bruñidas:
sobrenadaban en el agua muchísimas rosas; semejábase a un baño oriental, y
estaba perfumado con las flores que en la mañana había recogido María.
Del Costumbrismo:
En
la Diestra de Dios Padre
Fragmento
Este
dizque era un hombre que se llamaba Peralta. Vivía en un pajarate muy grande y muy
viejo, en el propio camino real y afuerita de un pueblo donde vivía el Rey. No
era casao y vivía con una hermana soltera, algo viejona y muy aburrida. No
había en el pueblo quién no conociera a Peralta por sus muchas caridades: él
lavaba los llaguientos; él asistía a los enfermos; él enterraba a los muertos;
se quitaba el pan de la boca y los trapitos del cuerpo para dárselos a los
pobres; y por eso era que estaba en la
pura inopia; y a la hermana se la llevaba el diablo con todos los limosneros y
leprosos que Peralta mantenía en la casa. "¿Qué te ganás, hombre de Dios
-le decía la hermana-, con trabajar como un macho, si todo lo que conseguís lo
botás jartando y vistiendo a tanto perezoso y holgazán? Casáte, hombre; casáte
pa que tengás hijos a quién mantener".
"Cálle
la boca, hermanita, y no diga disparates. Yo no necesito de hijos, ni de mujer
ni de nadie, porque tengo mi prójimo a quién servir. Mi familia son los
prójimos". "¡Tus prójimos! ¡Será por tanto que te lo agradecen; será
por tanto que ti han dao! ¡Ai te veo siempre más hilachento y más infeliz que
los limosneros que socorrés! Bien podías comprarte una muda y comprármela a yo,
que harto la necesitamos; o tan siquiera traer comida alguna vez pa que
llenáramos, ya que pasamos tantas hambres. Pero vos no te afanás por lo tuyo:
tenés sangre de gusano".
Tomás Carrasquilla.
CIEN AÑOS DE SOLEDAD
CAPITULO I
Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía
había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el
hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava
construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un
lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo
era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para
mencionarlas
había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una
familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un
grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos.
Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de
gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta
demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los
sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes
metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las
tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación
de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos
perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado,
y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de
Melquíades. «Las cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero
acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya
desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y
aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella
invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre
honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en
aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una
partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que
contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio
doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para
empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en
demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región,
inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando
en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una
armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo
interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras.
Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular
la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en
el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer.
LEER
CIEN AÑOS COMPLETO http://www.uaca.ac.cr/bv/ebooks/novela/3.pdf
De la época Contemporánea:
ROSARIO
TIJERAS
(Fragmento
capítulo I )
Como
a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió
el dolor del amor con el de la muerte. Pero salió de dudas cuando despegó los
labios y vio la pistola.
—Sentí
un corrientazo por todo el cuerpo. Yo pensé que era el beso... —me dijo
desfallecida camino al hospital.
—No
hablés más, Rosario —le dije, y ella apretándome la mano me pidió que no la
dejara morir.
—No
me quiero morir, no quiero.
Aunque
yo la animaba con esperanzas, mi expresión no la engañaba. Aun moribunda se
veía hermosa, fatalmente divina se desangraba cuando la entraron a cirugía. La
velocidad de la camilla, el vaivén de la puerta y la orden estricta de una
enfermera me separaron de ella.
—Avísale
a mi mamá —alcancé a oír.
Como
si yo supiera dónde vivía su madre. Nadie lo sabía, ni siquiera Emilio, que la
conoció tanto y tuvo la suerte de tenerla. Lo llamé para contarle. Se quedó tan
mudo que tuve que repetirle lo que yo mismo no creía, pero de tanto decírselo
para sacarlo de su silencio, aterricé y entendí que Rosario se moría.
—Se
nos está yendo, viejo.
Lo
dije como si Rosario fuera de los dos, o acaso alguna vez lo fue, así hubiera
sido en un desliz o en el permanente deseo de mis pensamientos.
—Rosario.
No
me canso de repetir su nombre mientras amanece, mientras espero a que llegue
Emilio, que seguramente no vendrá, mientras espero que alguien salga del
quirófano y diga algo. Amanece más lento que nunca, veo apagarse una a una las
luces del barrio alto de donde una vez bajó Rosario.
—Mirá
bien donde estoy apuntando. Allá arriba sobre la hilera de luces amarillas, un
poquito más arriba quedaba mi casa. Allá debe estar doña Rubi rezando por mí.
Yo
no vi nada, sólo su dedo estirado hacia la parte más alta de la montaña, adornado
con un anillo que nunca imaginó que tendría, y su brazo mestizo y su olor a
Rosario. Sus hombros descubiertos como casi siempre, sus camisetas diminutas y sus senos tan erguidos como el dedo
que señalaba. Ahora se está muriendo después de tanto esquivar la muerte.
—A
mí nadie me mata —dijo un día—. Soy mala hierba.
Si
nadie sale es porque todavía estará viva. Ya he preguntado varias veces pero no
me dan razón, no la registramos, no hubo tiempo.
—La
muchacha, la del balazo.
—Aquí
casi todos vienen con un balazo —me dijo la informante.
La
creíamos a prueba de balas, inmortal a pesar de que siempre vivió rodeada de
muertos. Me atacó la certeza de que algún día a todos nos tocaba, pero me
consolé con lo que decía Emilio: ella tiene un chaleco antibalas debajo de la
piel.
—
¿Y debajo de la ropa?
—Tiene
carne firme —respondió Emilio al mal chiste—. Y contentate con mirar.
Rosario
nos gustó a todos, pero Emilio fue el único que tuvo el valor, porque hay que
admitir que no fue sólo cuestión de suerte. Se necesitaba coraje para meterse con Rosario, y así yo lo hubiera
sacado, de nada hubiera servido porque llegué tarde. (…)
Actividades:
1. Lee el tema Literatura de la Colonia y la Independencia realiza un mapa conceptual
2. Consulta acerca de la obra " El Carnero" de Juan Rodriguez Freyle
3. lee el tema Narrativa Colombiana del Romanticismo a la Actualidad, saca una frase del texto para explicar cada época de la literatura. Romanticismo, costumbrismo, realismo, época contemporánea.
3. Lee el fragmento de la novela "María" y contesta:
- ¿Por qué María se sonroja con frecuencia?
- De acuerdo a lo leído en este fragmento, ¿crees que María y Efraín (quien cuenta la historia) son novios?
- ¿Qué temas del Romanticismo están presentes en “María”?
4. Lee el fragmento del cuento "En la diestra de Dios Padre". Luego haz un listado de 15 palabras que representen costumbrismo.
5. Lee el Fragmento de “Cien años de Soledad” y contesta:
5. Lee el Fragmento de “Cien años de Soledad” y contesta:
- ¿Cómo era Macondo cuando Aureliano Buendía conoció el hielo?
- ¿Quién era Melquiades y cuál era su oficio?
- ¿Por qué causaron tal sorpresa las propiedades de los imanes?
- ¿Qué fue lo único que logró desenterrar José Arcadio Buendía?
- Consulta qué es el Realismo Mágico
6 6. En la novela Rosario Tijeras podemos encontrar varias características de la literatura contemporánea una es el manejo arbitrario del tiempo, otra tratar temas como el sicariato. Lee el fragmento de Rosario Tijeras e Intenta explicar cómo son usados estas características.
No hay comentarios:
Publicar un comentario